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Filosofía de la Historia: Ciudad terrena y Ciudad de Dios

San Agustín expone sus reflexiones en La ciudad de Dios, obra escrita para defender al cristianismo de la acusación formulada por los paganos de que la religión cristiana era la principal responsable de la decadencia y desaparición del Imperio Romano.

San Agustín será el primer pensador dedicado a investigar sistemáticamente el sentido de la historia universal. La historia, y por tanto el tiempo, vienen a ser como una línea que progresa desde la Creación a la llegada del Reino de Dios. La concepción griega del tiempo no incluía el concepto de creación, de modo que el tiempo se concebía como algo cíclico, puesto que el mundo era eterno y no tenía principio ni fin. Frente a esta concepción, san Agustín introduce en la filosofía el concepto lineal del tiempo y de la historia propios del cristianismo.

En esa obra San Agustín intenta explicar la historia como el resultado de la lucha de dos ciudades, la del Bien (Ciudad de Dios) y la del Mal (Ciudad terrenal).

San Agustín comienza con un análisis de la naturaleza humana: el ser humano está compuesto de cuerpo y alma; en consecuencia, hay en el hombre unas tendencias e intereses terrenales y materiales, unidos al cuerpo; y unos intereses espirituales y sobrenaturales, propios del alma. La historia de la humanidad, sus sucesivas civilizaciones y Estados, siempre ha estado dominada por este conflicto de intereses que San Agustín expresa con la metáfora de las dos ciudades.

Al igual que en los dos modos de amor, la pertenencia a cada una de las dos ciudades se define según la forma de actuar y de situarse en la vida de cualquiera de nosotros, por tanto definen dos puntos de vista: el del espíritu y el de la carne. Cada cual puede saber a cuál pertenece, volviendo la mirada a su interior:

  • La Ciudad Terrena, es oscura y mala, está basada en el predominio de los intereses mundanos, y formada por aquellos que se aman a sí mismos y desean los bienes materiales que hay en este mundo, llegando hasta el desprecio de Dios.
  • La Ciudad de Dios, es buena y clara y está basada en el predominio de los intereses espirituales, y formada por aquellos que aman a Dios por encima de sí mismos.

Precisamente es la realización progresiva de la ciudad de Dios lo que da sentido a la historia: En el presente, estas dos ciudades metafóricas se encuentran entremezcladas. Cuando la última persona justa entre en la ciudad de Dios, la historia habrá llegado a su término. En el Juicio Final, se dará el triunfo completo de la ciudad de Dios, y la salvación de la humanidad caída. La gracia de Dios y la caridad ayudarán a renovar el orden que quedó desordenado por el pecado humano.

Esta distinción no se corresponde exactamente con la división entre la Iglesia cristiana y el estado: ninguna institución representa en la tierra la ciudad de Dios ni la ha representado nunca en la historia. No obstante, solo en un Estado cristiano puede haber verdadera justicia. La Iglesia, que encarna los principios cristianos, debe transmitirlos al Estado y, por tanto, es superior a él.

Frente al donatismo1, Agustín defiende la intervención de la Iglesia en la sociedad civil. En la Edad Media se interpretaría la teoría agustiniana de las dos ciudades en el sentido de identificar la Iglesia con la ciudad de Dios y, por tanto, considerar que el poder temporal -el Estado- debe estar supeditado al poder espiritual, es decir, a la Iglesia. Esta doctrina recibirá el nombre de agustinismo político.

1Donatismo: Movimiento religioso cristiano del siglo IV, condenado por la Iglesia. El donatismo exigía la pureza de los sacerdotes (no aceptaba que los pecadores pudiesen formar parte de la Iglesia). Esta pureza implicaba, entre otras cosas, que no debían intervenir en asuntos políticos

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